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ARTÍCULOS

¡Vamos joven, tú puedes!

A lo largo de la historia, siempre han existido personas creyentes que han experimentado síntomas comunes como sentimientos persistentes de tristeza, ansiedad o vacío; sentimientos de desesperanza, pesimismo y sensación de una soledad extrema.


Es por eso que, en esta oportunidad quisiéramos tomar en cuenta que vienen fechas sensibles (como navidad y año nuevo) en donde muchos de estos sentimientos se ven exacerbados, con el objetivo de que con el evangelio podamos ser de ayuda a aquellos lectores jóvenes, que puedan estar atravesando por una depresión, causada por distintos motivos. Como, por ejemplo: el duelo, decepciones, golpes de la vida fuertes, traumas, etc.


Por lo tanto, el propósito de este artículo es que nosotros los jóvenes logremos entender, que, aunque veamos todo perdido y sintamos que se nos cae el mundo, la soberanía de Dios es perfecta, Dios siempre está al pendiente de sus hijos, aunque no lo veamos, y en Él está todo lo que necesitamos.


A veces, en los altibajos que tiene la vida, podemos sentir como que Dios no es parte de nuestra vida diaria. Nuestras rutinas parecen más bien aburridas y monótonas. Como no hay muchos cambios, a veces es difícil identificar algún área en la que Dios haya intervenido directamente en nuestras circunstancias. Siempre que tengo esos sentimientos de insignificancia en mi propia vida, pienso en una mujer del Nuevo Testamento que puede que se sintiera así. No se le da nombre en las Escrituras, sino que se la conoce simplemente por el nombre de su pueblo y por su estado civil.


La mujer es la viuda de Naín y solo Lucas el evangelista registra su asombrosa historia. Ella debería representar para nosotros la esencia del ministerio personalizado del Salvador y cómo tendía la mano a las personas sencillas y desanimadas de la sociedad de aquella época. Y sin duda, es este relato, el que resuelve claramente la cuestión sobre si Dios nos conoce y se preocupa por nosotros.


Un breve resumen del milagro del capítulo 7 de Lucas nos narra que Jesús detiene un cortejo fúnebre y devuelve a la vida a un joven que había muerto. Pero hay mucho más que comprender acerca de esta situación. Como sucede en todos los milagros, pero sobre todo en este, el contexto es vital para comprender ese incidente.


Naín era una pequeña aldea agrícola en tiempos de Jesús, situada junto al monte Moré, el cual marcaba el límite del lado este del valle de Jezreel. El pueblo en sí estaba apartado de las rutas transitadas. Un simple camino era todo lo que había para acceder a él. Durante la época de Jesús, este asentamiento era pequeño y relativamente pobre y así ha permanecido desde entonces. En algunos momentos de su historia, ese pueblo tenía nada más que 34 casas y solamente 189 personas. Hoy en día es el hogar de aproximadamente 1500 habitantes.


Lucas comienza su relato señalando que Jesús estaba en Capernaúm el día antes y había sanado al siervo del centurión (Lucas 7:1–10). Luego, nos enteramos de que un día “después” (versículo 11) el Salvador fue a una ciudad llamada Naín, acompañado por un numeroso grupo de discípulos. Esta cadena de acontecimientos es muy importante. Capernaúm está situada en la orilla norte del mar de Galilea, 183 metros por debajo del nivel del mar. Naín está aproximadamente a 50 km al suroeste de Capernaúm, a 215 metros sobre el nivel del mar, por lo que se requiere hacer un arduo camino cuesta arriba hasta Naín. Para ir a pie desde Capernaúm hasta Naín, se tardaba al menos uno o dos días. Esto significa que Jesús probablemente tuvo que levantarse muy temprano o posiblemente viajar a pie durante la noche para interceptar el cortejo fúnebre el día “después”.


Cuando Cristo se acercaba a la ciudad después de un viaje muy exigente, sacaban a un joven probablemente de unos veintitantos años sobre una losa funeraria. Lucas nos dice que este joven era el único hijo de una viuda. Un numeroso grupo de aldeanos la acompañó en esta tragedia familiar, la más desgraciada.


Obviamente, que se muera un hijo sería una tragedia para cualquiera, pero consideren lo que suponía para esta viuda. ¿Qué significaba social, espiritual y económicamente estar viuda sin un heredero en el antiguo Israel? En el Antiguo Testamento, se creía que si un esposo moría antes de llegar a la vejez era una señal del juicio de Dios por un pecado. De ese modo, algunos creían que Dios estaba castigando a esa viuda que sobrevivía. En el libro de Rut, cuando Noemí enviudó a una edad temprana, se lamentó: “¿Por qué me llamáis Noemí, si ya Jehová ha dado testimonio contra mí, y el Todopoderoso me ha afligido?” (Rut 1:21).


No solo había dolor espiritual y emocional, sino que la viuda de Naín también se enfrentaba a la ruina económica, posiblemente incluso a pasar hambre. Al contraer matrimonio, una mujer era asignada a la familia de su esposo para que estuviera protegida económicamente. Si él fallecía, entonces era el hijo primogénito al que se encomendaba su cuidado. Ahora que este hijo primogénito y único estaba muerto, a ella no le quedaba protección económica. Si su hijo tenía veintitantos años, ella probablemente era una mujer de mediana edad, que vivía en un pequeño pueblo agrícola y que ahora se encontraba espiritual, social y económicamente en la indigencia.


Precisamente, durante el breve período de tiempo en el que los aldeanos sacaban al hijo de esta mujer para sepultarlo, Jesús se encontró con el cortejo y “se compadeció de ella” (Lucas 7:13). En realidad, Lucas podría quedarse muy corto al decir esto. De alguna manera, Jesús percibió la situación absolutamente desesperada de esa viuda. Quizá ella había pasado la noche tumbada en el piso de tierra, suplicando al Padre Celestial saber el porqué. Quizá incluso se estaría preguntando por qué Él requería de ella que siguiera viviendo en esta tierra. O quizá estaba aterrada en espera de la soledad a la que se iba a enfrentar. No lo sabemos. Pero sí sabemos que el Salvador decidió salir de Capernaúm inmediatamente, lo cual pudo haberle hecho caminar por la noche para interceptar el cortejo fúnebre justo antes de que enterrasen el cuerpo.

Cuando vio la cara de ella cubierta de lágrimas mientras caminaba tras el cortejo, Jesús sintió gran compasión por esa mujer, pero parece que su compasión procedía de los sentimientos que había experimentado mucho antes de que se le “ocurriera” alcanzar aquel cortejo funerario. Había llegado allí precisamente en el momento en que ella lo necesitaba.

Después Jesús le dijo a la viuda: “No llores” (versículo 13). Sin temor a la impureza del ritual, Él “tocó el féretro” y los del cortejo “se detuvieron”. Entonces mandó: Joven, a ti te digo, ¡levántate!


“Entonces se incorporó el que había muerto y comenzó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre” (versículos 14–15). Naturalmente, la multitud de aldeanos y seguidores de Jesús se sorprendió conforme el dolor que compartían se transformaba en gozo puro. Todos ellos “glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros” (versículo 16).


Por lo tanto, el propósito del dolor, sufrimiento, depresión o síntomas de desánimo, desesperación frente a situaciones complejas que la vida plantea, en la vida de un creyente, es la gloria de Dios. Es el hecho de que Dios te acompañe, te asista en el proceso y además te entregue respuesta finalmente para tu aflicción, lo que hace que conozcamos en mayor medida al Dios que nos ha salvado. El sufrimiento, es una realidad que nos permite conocer los atributos de Dios, como la soberanía, la autoridad, la suficiencia de su persona. Además de estar en cercanía constante con Él, lo que debiera permanecer siempre en cada corazón que ha sido transformado por el Señor. Así que, querido joven, anímate, sirve a Dios cada día confiando en sus planes y propósitos destinados para tu vida. A pesar del dolor, desánimo o sufrimiento que puedas estar atravesando, Dios estará contigo siempre y confía con toda seguridad que Él mostrará su gloria y bondad a tu favor. Dios te bendiga.

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