“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
1 Juan 1:9
Una de las prácticas más importantes dentro de la oración es la confesión de pecado, pues cada día se produce en nosotros una batalla contra nuestra propia carne. El Espíritu nos impulsa hacia la santidad, nuestra carne a sus propios deseos. Muchas veces tenemos grandes victorias, pero otras veces caemos y pecamos contra Dios. Es en ese momento, cuando caemos, que toca doblar nuestras rodillas y confesar a Dios nuestras faltas.
¿Por qué es necesario confesar nuestros pecados?
Porque fue una de las primeras enseñanzas de Jesús y uno de los mensajes más urgentes al comienzo de su ministerio, Él dijo: “Arrepentíos, porque el reino de los Cielos se ha acercado” (Mt. 4:17). Ya que constantemente estamos batallando con nuestra propia carne, nuestro corazón se inclina al mal, y de alguna u otra manera caemos durante el día, es necesario que podamos confesar nuestros pecados a Dios, pues si no lo hacemos, todos pereceremos igualmente (Lc. 13:3). Proverbios 28:13 dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” Este versículo nos enseña dos cosas importantes, primero, debemos confesar nuestros pecados en oración a Dios, segundo, debemos apartarnos del pecado después que nos hemos confesado. Esa es la manera en la que opera un arrepentimiento genuino, confesar y apartarse del pecado. Lo más importante de esta confesión, es la sinceridad, la genuidad delante de Dios, pues ante Él no hay nada que podamos ocultar. Shelton Jr. dice: “con respecto al acto de arrepentirse, implica que asumamos ante Dios nuestra condición de culpa, hacernos totalmente responsables de nuestro actuar pecaminoso, sentir una gran tristeza por ello y confesarlo todo delante de Él, sin esconder nada”. Muchas veces la voz del Espíritu Santo nos impulsará a derramar todo nuestro corazón delante de Dios y confesar el pecado que hemos cometido. Es importante que oigas ese llamado y no lo resistas, pues ese llamado al arrepentimiento ha sido concedido a ti por Gracia. Por la bondad de Dios pues sentir tristeza y pesar por tu pecado, por lo tanto, no endurezcas tú corazón y ve a las plantas de Dios. Podrías sentir ningún tipo de pesar, pero la Gracia de Dios te impulsa a la confesión y el arrepentimiento. Quizás algunas veces sientas que la falta que has cometido es demasiado grande como para ser perdonada. No oigas esa voz engañosa, oye la voz de Cristo, quien te dice con dulce amor “no te echo fuera”, Él te espera con los brazos abiertos para perdonarte y derramar Su misericordia sobre ti. Aférrate a la esperanza que nos ofrece la Biblia, ella nos dice en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Hemos visto la importancia de confesar nuestros pecados a Dios ¿Pero, qué pasa después de la oración? Si realmente hemos sido sinceros con Dios, y realmente nos pesa el haber pecado contra Dios, después de la oración debe haber un cambio de vida y de actitud con respecto a nuestro pecado, pues como dice Shelton Jr.: “Arrepentirse significa cambiar de actitud en lo que se refiere al pecado, lo que da como resultado el apartarse del pecado y acercarse más a Dios”. Por lo tanto, debemos tener la convicción de no volver a caer, la convicción de darle la espalda al pecado y avanzar a la santidad. Con todo nuestro corazón debemos anhelar el hacer la voluntad de Dios y el agradar a Dios, pues “el arrepentimiento es un acto continuo, es un modo de pensar permanente, es aborrecer incesantemente el mal”. Después de la oración, esa es la manera en la que debemos conducir nuestras vidas, el llamado a la confesión de pecados y al arrepentimiento es un llamado para todos, no debemos en caer en el pensamiento de que “estamos en los tiempos de gracia” o “Dios ya me perdonó y me salvó”. Esos son pensamientos engañosos, pues un corazón genuinamente transformado confesará siempre sus faltas, no volverá a estar satisfecho con el pecado, anhelará ser más santo, ser como Cristo y agradar a Dios. Recuerda amado joven y señorita, sin confesión no hay perdón de pecado. Cada día dobla tus rodillas ante Dios, golpea tu pecho con pesar y confiesa tus pecados delante de Dios, solo así alcanzarás misericordia y podrás ser limpiado de todo tu mal.
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