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ARTÍCULOS

Características de la verdadera Iglesia

¿Dónde podemos encontrar hoy la verdadera Iglesia y cuáles son sus características? Primero debemos distinguir los diversos significados de la palabra “Iglesia”.


  • El pueblo entero de Dios disperso a través de los siglos, toda la compañía de los escogidos. Los reformadores hablaban de esto como la Iglesia invisible.

  • La compañía local de cristianos que se reúnen visiblemente para rendir culto y ejercer ministerio; este sentido abarca la mayoría de las citas del Nuevo Testamento sobre la Iglesia (ekklesía).

  • Todo el pueblo de Dios en el mundo en cualquier momento determinado, a la que probablemente es mejor referirse como la Iglesia universal. Este sentido aparece sólo ocasionalmente en el Nuevo Testamento (1 Cor. 10:32; Gál. 1:13).

  • “La Iglesia dentro de la Iglesia”. Observamos la distinción del Antiguo Testamento entre edah (toda la congregación visible) y qajal (aquellos dentro de la anterior que responden al llamado de Dios). Jesús enseñó que el reino corresponde a este último modelo: el trigo está mezclado con la cizaña (Mt. 13:24-30, 36-43). Dentro de toda la compañía que se identifica con Cristo, está el pueblo de Dios, la verdadera “Iglesia”. Es decir que no hay una Iglesia pura; en cualquier congregación es posible que haya quienes nunca hayan hecho real profesión de fe y otros cuya profesión se demostrará falsa en el último día (Mt. 7:21-23).


Entonces dado que no es posible una Iglesia pura o perfecta de este lado de la gloria, ¿Dónde podemos encontrar el verdadero pueblo de Dios reunido visiblemente? Tradicionalmente se han reconocido cuatro señales de una Iglesia auténtica.



1. LA IGLESIA ES UNA

La unidad de la Iglesia deriva de que está fundada en el Dios único (Ef. 4:1-6). Todos los que pertenecen verdaderamente a la Iglesia son un pueblo y, en consecuencia, la verdadera Iglesia se distinguirá por su unidad.


Sin embargo, esta unidad no implica necesariamente la uniformidad total. En la Iglesia del Nuevo Testamento había una variedad de ministerios (1 Cor. 12:4-6) y de puntos de vista sobre cuestiones de importancia secundaria (Rom. 14:1-15:13). Aunque había uniformidad en las convicciones teológicas básicas (1 Cor. 15:11; Jud 3), la fe común recibía diferentes énfasis según las necesidades que enfrentaban los apóstoles (Rom. 3:20; Stgo. 2:24).


También había variedad en las maneras de adorar. El tipo de reunión que se llevaba a cabo en Corinto (1 Cor. 14:26) no hubiera sido normal en las Iglesias palestinas, donde el culto se basaba en el modelo de las sinagogas judías y tenían un esquema más formal centrado en la exposición de la Palabra escrita. El modelo de las sinagogas explica que las Iglesias se hayan visto en el primer período como una rama del judaísmo; efectivamente, Santiago 2:2 usa la palabra “sinagoga” para referirse a una reunión de cristianos. También hay elementos que permiten discernir más de un tipo de gobierno eclesiástico.


La verdadera unidad en el Espíritu Santo de todo el pueblo regenerado es un hecho independiente de toda la desunión denominacional externa. El llamado a la unidad en el Nuevo Testamento es entonces un llamado a “guardar” la unidad fundamental de la vida que el mismo Espíritu ha impartido por medio de la regeneración (Ef. 4:3). Los reformadores señalaban esto distinguiendo entre la Iglesia invisible (todos los escogidos que son verdaderamente uno en Cristo) y la Iglesia visible (una compañía mixta de los regenerados y los no regenerados). La unidad de la Iglesia invisible es un hecho establecido, dado con la salvación misma.


Aunque las Escrituras estimulan la expresión más completa posible de unidad entre el pueblo de Dios, también dejan en claro que la distinción está plenamente de acuerdo con la voluntad divina cuando los elementos fundamentales del cristianismo apostólico se ven amenazados. Tal fue el desacuerdo de Pablo con los judaizantes (Gál. 1:6-12) y la controversia de Jesús con los fariseos (Mr. 7:1-13). Es significativo que cuando Judas intentó escribir sobre “la común salvación” encontró necesario instar a sus lectores a “que sigan luchando vigorosamente por la fe encomendada una vez por todas a los santos” (Jud 3). Para el Nuevo Testamento, la unidad se basa en el compromiso consciente con las verdades reveladas del cristianismo apostólico.


El Nuevo Testamento dirigió su enseñanza sobre la unidad a grupos cristianos específicos, con consecuencias inmediatas para sus relaciones visibles (Ef. 2:15; Col. 3:15). Jesús oró por una unidad que ayudara al mundo a llegar a la fe (Jn. 17:23). Si bien el paralelo entre esta unidad y la de Él mismo con el Padre (Jn. 17:11, 22) confirma el carácter esencialmente espiritual de la unidad bíblica, con toda seguridad incluye la identidad visible de vida y propósito, pues toda la misión de Jesús expresó una unidad visible y demostrable con la voluntad del Padre. En otras palabras, hace falta buscar una unidad visible más plena de la que se experimenta actualmente entre quienes confiesan el evangelio apostólico.


Esto tiene particular relevancia donde dos o más grupos que confiesan una fe bíblica esencial operan en el mismo sector, por ejemplo en un recinto universitario. El desafío más profundo de esta enseñanza, sin embargo, está en el nivel de las relaciones en la Iglesia local. En ese ambiente, la unidad de vida en Cristo debería expresarse en una genuina y tangible preocupación y compromiso mutuos. En su defecto, se pone en duda la pretensión de ser una auténtica Iglesia cristiana (1 Cor. 3:3).



2. ES SANTA

El pueblo de Dios es una nación santa (1 Ped. 2:9). En el sentido más profundo la Iglesia es santa, de la misma manera que todo cristiano es santo en virtud de estar unido a Cristo, apartado para Él y acreditado de su perfecta justicia. Como la Iglesia está ante Dios “en Cristo”, es sin mancha y sin tacha. La distinción entre Iglesia visible e invisible se aplica aquí, ya que esta “santidad” atribuida no pertenece a los de la congregación que no tienen una fe personal en Cristo como su Salvador.


La unión con Cristo implica también cierta santidad visible de vida. De esta manera la relación de una Iglesia con Cristo, cabeza de la Iglesia, se expresará en el carácter moral y el tono de su vida y relaciones comunes. Una Iglesia extraña a la santidad es extraña a Cristo. Cuando Cristo se dirigió a sus Iglesias es claro que esperaba tal diferencia moral y fue severo en su juicio cuando las encontró en falta (Ap. 2 y 3).


Para que no nos desanimemos al aplicar esta prueba, vale la pena recordar que buena parte de la vida de la Iglesia del Nuevo Testamento estuvo marcada por el error, la división, las fallas morales, la inestabilidad. De todas maneras, cierto grado visible de santidad es una evidencia invariable de una verdadera Iglesia de Dios.



3. ES CATÓLICA

“Católico” significa literalmente “referente al todo”. En su uso original el término sencillamente denotaba la Iglesia universal a diferencia de la Iglesia local; más tarde significó la Iglesia que confesaba la fe ortodoxa a diferencia de los herejes. Con el tiempo, Roma adoptó el término para referirse a su establecimiento eclesiástico de desarrollo histórico y expansión geográfica, centrado en el papado. Los reformadores del siglo XVI procuraron recuperar el significado original de la catolicidad como el reconocimiento de la fe ortodoxa; en ese sentido, afirmaban, ellos y no el catolicismo romano eran en realidad la Iglesia católica.


El aspecto clave de la catolicidad de la Iglesia primitiva era su abertura a todos. A diferencia del judaísmo con su exclusivismo racial, y del gnosticismo con su exclusivismo intelectual y cúltico, la Iglesia abría sus brazos a todos los que oyeran su mensaje y abrazaran a su Salvador, sin tomar en consideración el color, la raza, la posición social, la capacidad intelectual o la historia moral. La Iglesia irrumpió en el mundo como una fe para todos (Mt. 28:19; Ap. 7:9)


La única manera de entrar era la fe personal en Jesucristo como Salvador y Señor, y el bautismo era el rito de admisión autorizado, ya que expresaba el evangelio de la gracia (Mt. 28:19; Hch. 2:38,41).

Este es el nivel fundamental donde se debe aplicar esta “seña”. Las Iglesias que instauran otras “pruebas” deben mirarse con sospecha. En una verdadera Iglesia no hay lugar para la discriminación racial, social, intelectual o moral, supuesto, en este último caso, que hay pruebas de verdadero arrepentimiento. La discriminación denominacional también requiere una investigación cuidadosa en los casos donde los principios bíblicos se reconocen claramente.



4. ES APOSTÓLICA

Bien sabemos, que el Apóstol es un testigo del ministerio y la resurrección de Jesús, y en consecuencia un portador autorizado del mensaje del evangelio (Lc. 6:12; Hch. 1:21; 1 Cor. 15:8-10). La fe de los apóstoles está entre Jesús y todas las generaciones cristianas posteriores; llegamos a Jesús sólo por medio de la enseñanza de los apóstoles y su testimonio de Él incorporado en el Nuevo Testamento. En este sentido fundamental toda la Iglesia está edificada, sobre el fundamento de los apóstoles (Ef. 2:20; Mt. 16:18). La apostolicidad de la Iglesia obedece, pues, a su conformidad con la fe apostólica, encomendada una vez por todas a los santos (Jud 3; Hch. 2:42). Los apóstoles siguen gobernando y rigiendo la Iglesia en tanto ésta permite que su vida, comprensión, y predicación sean constantemente moldeadas por las enseñanzas de las Sagradas Escrituras.


Como apóstol significa literalmente un “enviado”, no es de sorprender que en ciertas oportunidades el Nuevo Testamento se refiera a otros apóstoles (Rom. 16:7). En este sentido general, todos los que son enviados hoy día por el Señor como evangelistas, predicadores, fundadores de Iglesias, etc., son, en los términos del Nuevo Testamento griego, apostoloi, enviados. Por supuesto, esto no implica de ninguna manera que tienen una posición o autoridad especial que compite con la de la compañía original, cuyo mandato continúa por medio de los escritos apostólicos. Pretender un oficio apostólico hoy en día es interpretar mal la enseñanza bíblica, y en la práctica ofrece un serio desafío a la autoridad y lo definitivo de la revelación divina en el Nuevo Testamento. También es un error entender la apostolicidad como una continuidad histórica de ministerio que se remonta hasta Cristo y sus apóstoles, mediante una sucesión de obispos. Esta interpretación carece de apoyo claro en el Nuevo Testamento y toda la idea de la gracia de Dios comunicada a través de una sucesión histórica de funcionarios, va en contra del carácter de la Iglesia en los escritos bíblicos.


La sucesión apostólica es correctamente la sucesión del evangelio apostólico, cuando el depósito original de verdad apostólica pasa de una generación a otra: creyentes dignos de confianza, que a su vez estén capacitados para enseñar a otros (2 Tim. 2:2). Por lo que, una Iglesia es apostólica si reconoce en la práctica, la suprema autoridad de las Escrituras apostólicas.


Por lo tanto, para ir terminando con este artículo, es necesario e importante que cada uno de nosotros como creyentes, seamos conscientes de la responsabilidad que tenemos de aplicar estos fundamentos que caracterizan a una Iglesia verdadera, ya que todos los miembros de una Iglesia han sido llamados para ejercer su vida en comunidad con otros creyentes, para que en conjunto y alineados logren buscar y trabajar en un mismo propósito, que consiste en honrar a Dios, siendo una Iglesia sana, verdadera y estable en la fe.

 
Bibliografía: E. Clowney, La Iglesia (IVP, 1995). B. Milne, Conocerán la verdad, un manual para la fe cristiana (Ediciones Puma, 2008) M. Lloyd-Jones, La base de la unidad cristiana (IVP, 1962).
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