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ARTÍCULOS

Una Salvación Eterna: Pacto de Redención

“Nuestra esperanza es la vida eterna, la cual Dios, que no miente, ya había prometido desde antes del comienzo del tiempo” (Tito 1: 2 NVI)


El gran problema que encontramos en La Escritura es la enemistad que existe entre Dios y los hombres a causa del pecado (Gen. 3). Este episodio inicia en la caída del hombre, descrita en Génesis 3, y trajo consecuencias que no fueron momentáneas y que no solo afectaron a la humanidad, sino, toda la creación se vio corrompida por medio de este evento, corrupción que se encuentra vigente hasta el día de hoy. Aquel hombre a quién Dios había descrito como “bueno en gran manera” (Gen. 1: 31) ahora y hasta hoy se encuentra entregado a pasiones vergonzosas, completamente encendidos en sus pecados (Rom. 1: 26 – 32), rompiendo más y más la imagen que porta, la cual es la imagen y semejanza de Dios (Gen: 1: 26), y además condenado a muerte eterna por su mismo creador a causa de la maldad de su corazón.


Este pasaje se encuentra como uno de los acontecimientos que abre la historia Bíblica y la historia humana. Pero aun cuando esto desencadenó una pila de atrocidades, no inició el amor de Dios, ni inició su gracia, sino como lo dice el verso central, la esperanza de que el hombre goce de una eternidad con Dios no se encontraba suscrito a la creación, sino Dios “ya lo había prometido desde antes del comienzo del tiempo” (Tito 1: 2 NVI). Esto es posible gracias al Pacto de Redención; un concepto del que la Biblia no habla de manera directa en algún pasaje, pero que vemos sombras de él a lo largo de toda ella, mayormente cuando vemos nuestro propósito, el cual es glorificar a Dios y como este se puede llevar a cabo por medio de la obra de Cristo y a través del Espíritu Santo.


Este Pacto de Redención, o también conocido como “Pacto Intratrinitario”, es un Plan diseñado por Dios Padre para reconciliar al hombre (su creación) consigo mismo y glorificarse a sí mismo en la salvación de los pecadores solo por gracia. La trinidad, en la eternidad y en un espacio atemporal (antes del tiempo), sabía que el hombre fallaría y no sería capaz de cumplir el único estándar estipulado por Dios que le llevaría a morir al pecado. Es por esta razón que las tres partes de la deidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo), trabajan juntas para salvar al hombre de la ira de Dios, y llevarlo a la eternidad con Él. Es por esta razón que cuando Adán y Eva deshonran la única condición puesta por Dios en Edén, son cubiertos y perdonados por Dios, y reciben la promesa de un Salvador (Gen. 3: 15), el cual sería el cumplimiento de este Pacto en la muerte y resurrección de Cristo.


“El pacto de Dios es revelado en el evangelio. En primer lugar, a Adán en la promesa de salvación a través de la simiente de la mujer (Gen. 3: 15), y luego paso a paso hasta la entera revelación en el nuevo testamento. La salvación de los elegidos está basada en un Pacto de Redención que fue trazado en la eternidad entre: Dios Padre y Dios Hijo, y es únicamente a través de la gracia dada en este pacto que todos los descendientes de Adán caídos han obtenido vida e inmortalidad bendita” (Confesión Bautista de Londres, Capítulo 7; Párrafo 3)


Muchas veces tenemos la creencia de que, al fallar el hombre en Edén, Dios tuvo que diseñar un “plan B”, pero la realidad es que el Pacto de Redención siempre fue el único plan diseñado y era perfecto. Este fue el pacto que motivó la creación del mundo, y la base para los pactos hechos entre Dios y los hombres más adelante.


En este acuerdo, las tres partes de La Trinidad trabajan de manera activa para llevar a cabalidad el diseño.



MISIÓN DE LA TRINIDAD.

Dios Padre es quién diseña el Pacto de Redención y le da a cada parte de La Trinidad una misión específica. Y aún cuando este acuerdo se hace claramente visible con el envío de Jesucristo a la tierra, no debemos olvidar que como nos muestra el evangelio de Juan, todo esto, solo fue hecho “porque de tal manera, amó Dios al mundo” (Jn. 3: 16) haciendo la referencia directa a Dios Padre, y anulando así la creencia del “supuesto Dios enojado y sin compasión” del antiguo testamento.


Es así entonces Jesús, Dios Hijo, fue enviado por Dios en un mutuo acuerdo a la tierra (Sal. 89: 3 – 4), para cumplir todas las acepciones de la Ley Mosaica, y recibir la maldición y el castigo de ese antiguo pacto (hecho entre Dios y los hombres). Por esta razón, Cristo es nombrado “El cordero de Dios” (Jn. 1: 29), con la misión de morir para redimir a los caídos de Adán y así “abrir los ojos de los ciegos, sacar de la cárcel a los presos y de casa de prisión a los que moran en tinieblas” (Is. 42: 7) y así reconciliar su creación consigo mismo.


Todo el pacto fue consumado en la resurrección de Cristo, y esa fue la muestra de que fue aceptado de manera perfecta por Dios Padre. Sin embargo, como la Escritura lo muestra, Cristo era hombre y nada de lo que es relatado más arriba hubiera sido posible sin la intervención de Dios Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, quién se involucró en la encarnación de Dios Hijo (Lc. 1: 35), participando en su ministerio (Mt. 12: 13 – 21) y sustituyéndole una vez que Él ascendió al cielo y se sentó a la diestra de Dios (Heb. 9: 14).


Antes al estar bajo la descendencia de Adán estábamos condenados y malditos a causa del pecado, pero fue la obediencia de Cristo al Pacto por lo que somos justificados y adoptados como Hijos de Dios Padre, siendo ahora parte de su descendencia santa. El Espíritu Santo es quién aplica hoy la obra de Cristo en nosotros. Nos ilumina la palabra, regenera nuestra alma y nos da una nueva vida. Él nos atrae al Hijo y nos reconcilia con él Padre, cumpliendo así la redención de manera progresiva en nosotros para parecernos más a Cristo y recuperar la imagen y semejanza de Dios con la que fuimos creados.


Querido Joven, en la eternidad la Trinidad nos tenía presentes y ya nos había escogido para ser parte del pueblo que Cristo vendría a salvar. Tu pecado no espanta a Dios, Él decidió amarte sabiendo que no darías la talla, ni serías capaz de honrarle, y eso debe traer consuelo a tu corazón cuando sientas que no mereces el amor de Dios a causa de tu maldad y el peso del pecado, porque ya has sido perdonado. Sin embargo, Cristo es el estándar, y hoy tienes el mismo Espíritu Santo con el que Jesús pudo vivir una vida perfecta y por medio de Él, eres capacitado hoy para no pecar. Dios te ha dado la salida al pecado y te invita por medio de esta enseñanza a que no esperes más. Corre a los pies de Cristo y permite que su Espíritu Santo te santifique, para que así cada día cumplas el propósito de Dios en tu vida, reflejar su imagen y su amor, como una luz en medio de tinieblas.

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