A lo largo de la Biblia podemos observar cómo Dios se ha ido relacionando con el ser humano a través de pactos y promesas que han marcado un camino en el propósito eterno de Dios para con sus hijos. Hoy nos gustaría poder hablar un poco sobre el primero de estos, los pactos, ya que, si bien están relacionados con las promesas, existe una diferencia que nos permite comprender los propósitos que estos tienen en el plan de Dios.
Cuando hablamos de pactos, nos referimos a un acuerdo entre dos o más personas. Si llevamos esto a la vida cotidiana, este pacto está totalmente condicionado a que ambas partes lo cumplan, es decir, si una de las partes infringe el pacto, automáticamente este se rompe. Pero si pensamos en los pactos que Dios establece en la Biblia, estamos hablando de pactos eternos que no se rompen, dado que la naturaleza y carácter de Dios es diferente al nuestro (Deuteronomio 7:9). La inmutabilidad de Dios nos da la certeza de que él no cambia (Salmos 33:11), que Dios es el mismo que estaba en el jardín del Edén, el que estuvo con Noé, Abraham, Moisés, etc. A diferencia de nosotros que estamos constantemente cambiando, él siempre es igual y sus pactos y promesas permanecen para siempre. Por otra parte, su fidelidad nos da la seguridad que, así como Él no cambia, también cumple su palabra, porque Dios siempre permanece fiel sin importar las circunstancias, dado que él no es fiel a nosotros, sino que a su palabra. (Salmos 33:4-5)
Siguiendo con los pactos, siendo estos un acuerdo divino de Dios con la humanidad. Estos se dividen en tres principales. En primer lugar está el pacto de obras, el que Dios hizo en el jardín del Edén con Adán. El segundo es el pacto de redención, el cual es del padre entregando a su hijo para redimir a sus escogidos a través de la vida y muerte de su hijo Jesús (Efesios 1:7). Y en tercer lugar está el pacto de gracia, y es que somos salvos solamente por gracia, a través del don de la fe entregado por Dios por medio de Cristo (Efesios 2:8-9).
Los pactos de Dios son una garantía de que, aunque aún vivimos en este mundo corrompido por el pecado, su gracia es la que día a día nos renueva, impulsa y transforma para ser como Cristo. La gracia de Dios nos muestra nuestra insuficiencia y el poder de Cristo ante nuestra debilidad, que aun siendo pecadores Jesús es nuestro abogado ante el Padre. Somos salvos por medio de la fe que se nos es entregada por Dios. Así que, si hoy miramos a nuestro alrededor debemos gozarnos al reconocer que nuestra mera existencia es total y absolutamente gracias a la gracia y poder de Dios, que, aun siendo pecadores, Cristo murió por nosotros.
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