La oración es una de las herramientas fundamentales en nuestra vida como hijos de Dios.
Una cualidad que tenemos como seres humanos, la cual también la posee Dios, y tiene relación con la semejanza con la cual nos creó. Es la capacidad de ser seres relacionales. Es decir, tenemos la capacidad y necesidad de relacionarnos continuamente con otras personas. Los primeros lazos que forjamos son con nuestra familia, luego nuestro círculo social se extiende al entrar al sistema educativo y así sucesivamente.
Y en nosotros está la necesidad latente de nutrir día a día nuestros vínculos con las demás personas. Esto lo hacemos a través de la confianza, la comunicación, el pasar tiempo de calidad con los demás y estando presentes en la vida de los otros.
De esta misma forma, como mantenemos una relación de confianza y cercanía con nuestros padres terrenales, debemos mantenernos cercanos a Dios y hablar diariamente con él.
En el libro de Filipenses 4:6-7 dice: Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Uno de los motivos por los cuales Dios nos manda a orar es porque en la vida nos vemos expuestos a ansiedades, preocupaciones, temores, problemas y enfermedades que nos prueban día a día. Si bien, Dios gobierna sobre toda la tierra, y en su soberanía conoce toda la vida del hombre. Él desea que podamos someter nuestra voluntad ante sus propósitos eternos. De igual forma, Dios quiere capacitarnos a través del Espíritu Santo con paz para poder sobrellevar cada situación que se presente en nuestra vida. Porque cuando somos probados Dios trabaja en nuestros corazones para que podamos conocerle y moldearnos conforme a su voluntad, permitiendo que nuestra vida sea transformada y santificada a fin de llegar a ser cada día más como Cristo.
Por otra parte, cuando oramos y suplicamos a Dios por nuestras necesidades, sabiendo que en él encontramos descanso para nuestras almas, también debemos orar por nuestros hermanos en la fe que de igual forma atraviesan dificultades.
Tal como en el libro de Efesios 6 cuando el apóstol Pablo nos habla sobre la armadura de Dios, en el versículo 18 nos dice que: orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ellos con toda perseverancia y súplica por todos los santos. Dios nos está haciendo un llamado a equiparnos con su armadura y a orar no tan solo por nosotros mismo sino también por aquellos que Él ha escogido para salvación.
A través de la oración somos fortalecidos y podemos fortalecer a otros que están pasando por circunstancias difíciles. Somos un cuerpo en Cristo Jesús, fuimos comprados por la misma sangre y debemos amarnos unos a otros (Juan 13:34), y este amor es manifestado a través de la preocupación hacia los demás y el deseo de que sean fortalecidos y acercados a Dios. Así como Jesús que cuando oraba por los discípulos (Juan 17:20) también le pidió al Padre por aquellos que iban a creer en la palabra que les sería entregada.
Debemos orar por la iglesia de Cristo, por aquellos padecen persecución, por los misioneros que llevan la palabra de Dios a lugares alejados y muchas veces peligrosos. Debemos orar para que a través de la palabra podamos ser transformados, llenos de su Espíritu Santo, instruidos en la Santa palabra de Dios, no permitiendo que seamos corrompidos por influencias de este mundo, por las ideologías diabólicas que quieren llevarnos a rechazar la voluntad de Dios y peor aún a negar su existencia.
El estudio de la palabra de Dios y la oración por nuestras necesidades y por las de los demás, nos llevan a ser más como Cristo y que su nombre sea glorificado a través de nuestras vidas.
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