Nosotros “éramos por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2:3). Por lo tanto, para volver a Dios es necesario que haya una transformación; un cambio en nuestra mentalidad, en los deseos de nuestro corazón y en nuestra actitud hacia Dios y hacia el pecado. A nosotros nos es necesario experimentar un cambio completo en nuestras vidas de manera que agrademos a Dios al estar en armonía con su palabra. Cuando un pecador se arrepiente, Dios hace la obra de convertirlo en un cristiano. Los pecados que el pecador una vez amó ahora aborrece y las cosas buenas de Dios que antes aborreció ahora las ama. La conversión es una transformación completa: un amor nuevo en el corazón y una vida nueva en el alma.
¡Si no hay cambio, no hay conversión!
Ésta es la conclusión inevitable a la que debemos llegar al estudiar con diligencia este tema en la Biblia. Para ilustrar esto de una manera diferente lo haremos de la siguiente forma: Un bosque pantanoso puede ser convertido en un terreno fértil para el cultivo y el agua se convierte en vapor. En cada caso hay un cambio esencial que produce entonces la conversión.
También ocurre un cambio esencial que convierte al pecador en un hijo de Dios. Hay un cambio de mentalidad, de los deseos del corazón y de vida en esa persona. Sin tal cambio, aunque el incrédulo se afilie a una congregación de creyentes, no será un hijo de Dios. Para estar en Cristo Jesús nada sirve a menos que la persona llegue a ser “una nueva creación” (Gálatas 6:15). Y cuando esa “nueva creación” existe por dentro, la persona manifestará por fuera una “vida nueva” en Cristo Jesús (Romanos 6:4). “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). “La fe sin obras está muerta” (Santiago 2:26). “Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:2). Cuando uno se convierte al Señor cambia sus caminos, desecha todos los hábitos pecaminosos y manifiesta los frutos de una vida justa en su andar diario.
Hay personas que dicen que se han convertido al Señor, pero con sus hechos lo niegan. Su lengua no ha sido limpiada de inmundicia y blasfemia, su orgullo sigue siendo parte de su vida diaria, su conducta es la misma de todos los días, sus negocios son tan fraudulentos como antes, su forma de vestir es tan mundana como las modas del mundo y siguen viviendo en los placeres pecaminosos que antes vivían. Concluimos, pues, que como no hay un cambio por fuera, tampoco ha habido un cambio por dentro. Tal persona no se ha convertido al Señor. Sin embargo, la persona que posee vida dentro del corazón proyecta luz afuera (Mateo 5:14–16).
Ejemplos de la conversión:
Podemos formular un concepto correcto de la conversión cuando notamos los cambios en la vida de las personas que se vuelven hacia Dios. Notemos algunos ejemplos:
1. Saulo de Tarso (Hechos 9:1-18)
Este tal vez es el ejemplo más claro que aparece en la Biblia sobre la conversión de un ser humano. Al ser convertido, Saulo dejó de oponerse al cristianismo y llegó a ser un gran defensor de la fe. Un arrepentimiento genuino, la humildad, la entrega completa, la obediencia a Dios, el deseo de aprender y la voluntad de sufrir por la causa de Cristo fueron algunas de las cosas que experimentó Saulo en su vida desde el momento en que se convirtió.
2. El carcelero (Hechos 16:27-34)
El carcelero era un pecador de un corazón endurecido, y estuvo a punto de suicidarse cuando reconoció el peligro en que se encontraba en aquel momento. Sin embargo, él fue guiado a la luz del evangelio por la gracia de Dios y por medio de Pablo y Silas. Él dejó de ser un perseguidor para convertirse en un amigo de los discípulos. Creyó y fue bautizado. En esta historia breve que tenemos del carcelero nosotros notamos su cambio de actitud, su deseo por abrazar la fe de Cristo y su obediencia a los mandatos del Señor.
A continuación repasemos algunas verdades acerca de la conversión
La conversión consiste en un cambio de vida y de servicio en lugar de ser un cambio de rasgos personales.
La conversión viene al hombre por la gracia de Dios.
Jesús dice: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44).
Las personas “buenas” no consiguen la salvación sino por la conversión.
Pablo, como cualquier persona “buena”, necesitaba ser convertido por el Señor Jesucristo para obtener la salvación. Sus actividades religiosas, su obediencia cuidadosa de la ley y el celo con que se entregaba al servicio religioso eran nada más que “trapo de inmundicia” (Isaías 64:6)
El arrepentimiento es parte de la conversión.
La experiencia de cada converso prueba esta verdad. “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3.19). En otras palabras, uno será convertido sólo si se arrepiente verdaderamente.
La palabra de Dios es un elemento esencial en la conversión.
Pedro dice: “Y cuando comencé a hablar [la palabra de Dios], cayó el Espíritu Santo sobre ellos” (Hechos 11:15). Pablo dice que el evangelio de Cristo es “poder de Dios para salvación” (Romanos 1:16) y que “en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Corintios 4:15). ¿Qué fue lo que primeramente dirigió hacia Cristo las mentes de las tres mil personas en el día de Pentecostés, al eunuco etíope, a Cornelio, a Lidia y al carcelero? Fue el mensaje de Dios lo que les hizo oír. “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma” (Salmo 19:7).
Dios usa a personas para mostrar a otros la obra y doctrina de la conversión.
“El que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Santiago 5:20).
Es Dios quien hace la obra de conversión.
El hombre hace su papel, pero es Dios quien efectúa el milagro de la gracia en el corazón del mismo. Él hace el cambio maravilloso. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer” (Filipenses 2:13). “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). Nuestra parte es someternos a él y obedecerle; Dios hace lo demás. Dios hace el llamado, el hombre se rinde y Dios acaba la obra. “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Por último, es importante que observemos en este estudio los resultados de la conversión para obtener una mejor comprensión de cómo realmente debe proyectarse nuestra vida cristiana y así examinar nuestro desarrollo y conformidad al estándar que nos presenta Cristo cuando estamos en la posición de creyentes que han sido regenerados y en los cuales Dios ha producido la conversión de sus corazones por medio de su gracia y para su gloria.
Como ya se ha argumentado, la conversión significa un cambio, una transformación, una “vida nueva”. Por lo tanto, esto es lo que la Biblia dice que pasa cuando uno se convierte verdaderamente:
1. No anda “conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:9)
Todo hombre que se convierte muere al pecado y vive para Dios (Romanos 6:11). Su viejo hombre es crucificado (Romanos 6:6) y se viste del nuevo hombre creado según Dios (Efesios 4:24). Ya no sirve a la carne, sino sirve a Dios. Ahora él anda como Cristo anduvo (1 Juan 2:6). Antes de la conversión andaba “siguiendo la corriente de este mundo” (Efesios 2:2), “en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres” (1 Pedro 4:2); pero todo esto cambia cuando la gracia transformadora de Dios convierte al hombre y le da la visión celestial.
2. Es adoptado en la familia de Dios
“Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. (...) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:10, 14-15).
3. Es revestido de humildad
La verdadera norma de grandeza se menciona en Mateo 18:1-4. Cuando las personas se convierten a Dios las mismas llegan a ser de un corazón manso, modesto y humilde. Cristo se refiere a sí mismo como “manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Sus verdaderos discípulos son como él. (Lea Filipenses 2:5-8.)
4. Es revestido de justicia
“Sión será rescatada con juicio, y los convertidos de ella con justicia” (Isaías 1:27). Cuando una persona se convierte trae su propia justicia a la cruz y en cambio recibe la justicia de Dios. Esta justicia ya no es como “trapo de inmundicia” sobre lo cual escribe Isaías (Isaías 64:6), sino la justicia verdadera de Dios que resplandece en su vida motivando a otros a glorificar a Dios. (Lea Mateo 5:14–16.)
5. Disfruta del compañerismo cristiano
“Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Juan 1:7). Las personas de este mundo tienen compañerismo con los que andan por el camino espacioso de la perdición (Mateo 7:13–14). De la misma manera, las personas convertidas tienen compañerismo con otros que andan en las huellas de Cristo. Como cristianos, nuestro compañerismo aquí es solamente una anticipación de un compañerismo eterno con Dios y con los santos en la gloria.
Comments