La Adopción es el proceso legal mediante el cual una persona recibe a otra en su familia y le confiere privilegios y ventajas familiares. El “adoptante” asume responsabilidades de padre hacia el “adoptado”. El “adoptado”, en consecuencia, se considera un verdadero hijo, y se convierte en beneficiario de todos los derechos, los privilegios y las responsabilidades correspondientes a los hijos de la familia.
Pocas veces se hace referencia a la adopción en el AT, cuya ley no contenía legislación específica sobre la adopción de hijos. Además, el idioma hebreo no posee ningún término técnico para nombrar esta práctica. Su ausencia explícita entre los israelitas probablemente se explique en parte por las alternativas que existían para los matrimonios que no podían tener hijos. El matrimonio de levirato restringía la necesidad de adoptar, y el principio de mantener la propiedad dentro de la tribu (Lev. 25:23-34; Núm. 27:8-11; Jer. 32:6-15) aliviaba algunos temores de los padres que no tenían hijos.
Aunque la adopción no se menciona en forma manifiesta en el AT, sí existen alusiones al concepto. Jacob le declara a José: “Y ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, antes que viniese a ti a la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos” (Gn. 48:5). La noción de la condición de hijo para Jehová desempeñaba un papel crucial en la identidad de la nación de Israel basada en el pacto. “Y dirás a Faraón: Jehová. ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva” (Ex. 4:22-23). La idea también se encuentra entre los profetas: “Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” (Os. 11:1). La adopción como concepto relacionado con el pacto se aplicaba a los israelitas en un sentido de unidad corporativa; no se percibía como la adopción de los israelitas individualmente.
El concepto de adopción halla su plena expresión en el NT. En el pensamiento de Pablo incluye diversas implicancias. En Rom. 9:4, la adopción se refiere a la relación exclusiva de Israel con Jehová; en Rom. 8:23, tiene connotaciones en cuanto a la futura resurrección corporal, y en Rom. 8:15, alude a convertirse en hijos de Dios. Por lo tanto, como hijos de Dios, el Espíritu Santo
Da testimonio en el corazón de los creyentes de que son “hijos de Dios” (Rom. 8:16)
Obra en el corazón de los creyentes haciendo posible la intimidad con Dios como Padre (Gál. 4:6)
Proporciona una guía personal cuando los creyentes andan “conforme al Espíritu” (Rom. 8:4)
Pablo hace un contraste entre la relación única que se le confiere al creyente mediante la obra de adopción de parte de Dios, y la correspondiente al esclavo que vive, trabaja y se relaciona en base al temor (Rom. 8:15). Los que han sido adoptados por Dios dentro de su familia son “herederos con Dios” y “coherederos” con Cristo, y reciben todas las bendiciones, los beneficios y los privilegios obtenidos mediante el sacrificio del Hijo de Dios (Rom. 8:17).
Aunque Pablo fue quien mayormente desarrolló el tema de la adopción, ciertos aspectos de este concepto se hallan en otros lugares del NT. Está implícita en la enseñanza de Jesús acerca de Dios como Padre (Mat. 5:16; 6:9; Luc. 12:32). El otorgamiento de los beneficios familiares a un adoptado es una expresión de la autoridad de la Palabra Viviente (Juan 1:12) y está en concordancia con Su misión de llevar “muchos hijos a la gloria” (Heb. 2:10). En consecuencia, Jesús no se avergüenza de llamar “hermanos” a los creyentes (Heb. 2:11).
La adopción se convierte en la manera fundamental en que los creyentes viven y se relacionan con Dios y con los demás creyentes. La adopción es una acción del Padre (Gál. 4:6; Rom. 8:15) y se basa en el amor divino (Ef. 1:5; 1 Jn. 3:1). La base de esta actividad de Dios es la obra expiatoria de Jesucristo (Gál. 3:26). Abarca el ser pacificadores (Mat. 5:9), y alienta al creyente a volverse semejante a Cristo (1 Jn. 3:2). Como expresión de la relación familiar, Dios como Padre disciplina a sus hijos (Heb. 12:5-11). Los creyentes deben considerar miembros de la familia de Dios a todos los que han llegado a Cristo por gracia por medio de la fe (1 Tim. 5:1-2).
Es también, por la adopción, que tenemos seguridad de la salvación. Esta seguridad se basa en la preservación de Dios, el testimonio interno del Espíritu Santo y la perseverancia de los creyentes. La preservación es Dios salvando y manteniendo a su pueblo salvo para que no caigan total y finalmente de la gracia (Jn. 10:28-30; Rom. 8:29-39). Las promesas de Dios de salvar (el evangelio) y guardar (preservación) son la base principal de la seguridad. El testimonio interno del Espíritu es su obra en los corazones de los creyentes para convencerlos de que son hijos de Dios el Padre y que por tanto él les ama (Rom. 8:16). Finalmente, la perseverancia consiste en que los creyentes continúen creyendo en el evangelio y viviendo para Dios, con el objetivo de que el nombre de Cristo sea glorificado por la eternidad. (Col. 1:21-23).
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