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ARTÍCULOS

Guardando el corazón

“Sobre toda cosa guardada, guarda tú corazón; Porque de él mana la vida” Proverbios 4:23


Cuando leemos este versículo quizá la primera pregunta que surge es ¿A qué se refiere la palabra “corazón”? Podríamos interpretarlo como aquella parte que reside en nuestros cuerpos latiendo día y noche sin cesar, pero lo cierto es que lo que se quiere expresar va mucho más allá. En este versículo corazón se refiere al alma entera, a todo nuestro ser. Por lo que cuando se nos llama a guardar nuestro corazón, se nos llama a guardar todo nuestro ser.


La exhortación que se nos hace es muy clara, más ahora debemos comprender la importancia del por qué debemos hacerlo, porque de él mana la vida, lo primero que debemos entender es, así como lo dice John Flavel, que el estado del cuerpo depende de la buena salud del corazón, el estado eterno del hombre después de esta vida depende de la buena o mala condición del alma.[1]


También debemos comprender que los ojos de Dios están puestos sobre nuestro corazón, examinándolo ¡Con mayor razón nosotros deberíamos tener los nuestros en nuestro corazón! Pero hoy en día sucede algo curioso, ¿Cuántas veces hemos dicho para justificarnos “solo Dios juzga los corazones”? Si Dios lo conoce todo de nosotros, hasta lo más íntimo, y nada le podemos ocultar ¿Realmente queremos que Dios juzgue nuestro corazón? Si lo hiciera justamente ¡estaríamos perdidos! Que Dios juzgue nuestros corazones es algo que nos debería hacer temer más que servir de razón para justificarnos.


Pero aquí no acaba todo, la palabra de Dios nos dice que nuestro corazón es engañoso, más que todas las cosas, y perverso (Jeremías 17:9), también nos dice que del corazón salen los malos pensamientos y otras cosas mucho más perversas (Mateo 15:19) ¡Qué terrible es nuestro corazón antes de ser transformado por nuestro Señor! Pero la Gracia del Señor nos alcanzó, y a través del sacrificio expiatorio de Cristo todo nuestro ser fue transformado, se nos ha dado un nuevo corazón, y ha sido puesto sobre nosotros el Espíritu Santo, tal como Dios lo había prometido (Ezequiel 36:26).


Y es así como comienza la gran lucha entre lo que desea nuestra carne y lo que desea el Espíritu Santo, porque si bien Dios hizo una obra gloriosa en nuestras vidas, debemos seguir luchando contra el pecado. Nuestro estado eterno depende de lo que abunda en nuestro corazón. Ahora creo que podemos comprender el significado de guardar el corazón. Guardar nuestro corazón significa protegerlo del pecado y guiarlo correctamente en toda situación que se nos presente en nuestra vida.


Hasta aquí ya comprendemos la importancia de guardar nuestro corazón, pero nos encontramos con otra dificultad, Flavel nos dice que si tuviéramos la capacidad para apagar el sol con nuestras propias manos tendríamos el poder necesario para gobernar y ordenar completamente nuestro corazón [1], en otras palabras ¡Es imposible! Más en medio de este panorama tan desolador podemos contemplar la Gracia Sublime de nuestro Dios, ya que, si bien guardar el corazón es el deber de todo cristiano, el poder para lograrlo nos lo concede Dios. Resuenan con poder ahora las palabras dichas a Zacarías: No es con ejército, ni con espada, sino con mi Espíritu, dice el SEÑOR. (Zacarías 4:6). Qué gran consuelo nos da Dios.


Es importante que nunca olvidemos que con nuestras propias fuerzas no es posible lograr aquella tarea, pero tampoco debemos quedarnos de brazos cruzados mientras Dios obra en nosotros, sino que nuestra fe debe ser una fe viva, una fe que actúe, por lo que ahora solo nos surge una última pregunta ¿Cómo debemos guardar nuestro corazón?


Debemos guardar nuestro corazón observando frecuentemente cuál es su condición, saber si estamos avanzando o retrocediendo, de tal manera que si notamos que estamos siendo tentados por nuestras concupiscencias podamos enfrentarlas instantáneamente cuando aún está débil y no ha crecido. Si vemos que nuestra casa se esta incendiando correríamos con todas nuestras fuerzas buscando alguna forma de apagarlo, no nos quedamos viendo como se consume por el fuego, así debe ser nuestra actitud ante la tentación, cuando vemos que se está encendiendo, no nos quedemos quietos esperando que crezca y nos consuma, ¡Démosle un golpe certero con la Oración y las Escrituras al instante! Por ello es importante que podamos examinar y entender nuestro corazón en profundidad, lo segundo que debemos conocer más, después de La Palabra de Dios, es a nosotros mismos.


Si logramos observar cómo el pecado ha contaminado nuestro corazón, hemos caído y logramos ver la maldad y el desorden de nuestro corazón, debemos extender nuestras manos al Señor, humillarnos ante Él, y clamar por misericordia, así como clamaba el salmista: “Ten piedad de mí, oh Dios… Crea en mí, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:1;10).


Pongamos nuestra mirada en Dios, siendo conscientes que Su Gloria rodea toda la tierra (Isaías 6:3) y que donde quiera que estemos, ahí está Su presencia, el pensar fuertemente en esto nos motivará a huir velozmente del pecado, y desarrollar en nosotros un temor reverente a Dios, de esa manera andaremos sabiamente guardando nuestros corazones.


Además, es necesario desarrollar un fuerte compromiso de caminar en santidad cada día, estando vigilantes y evitando todas aquellas situaciones en las cuales el corazón podría inclinarse al pecado y caer, así como nos enseña la Biblia, debemos velar y orar para no entrar en tentación, pues el espíritu está dispuesto, más la carne es débil (Mateo 26:41).


Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo nos conceda la fuerza para guardar con diligencia nuestro corazón del pecado y vivir cada día en plena comunión con Dios.

 
[1] John Flavel. Guardando el corazón El deber de todo Cristiano. Clásicos Reformados Vol.03. Editorial Teología para vivir.
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