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“Dios ama al pecador, pero aborrece el pecado”

Es común en círculos cristiano-evangélicos encontrarnos con esta frase o alguna de sus variaciones como “Dios te ama tal como eres” con la idea de bajar los requisitos de entrada a quienes quieren acercarse al evangelio.


La realidad es que para venir a Dios no hay más requisito que tener fe, pero esto no en contraposición a la naturaleza de un Dios Santo que aborrece al pecador y a su pecado ambos por igual.


Dios es Santo, cuando Isaías tiene su visión de la Gloria de Dios en su trono los serafines daban voces diciendo Santo, Santo, Santo (Is 6:3) y el profeta, quien a nuestros ojos podría considerarse como un hombre recto, vio su realidad tal cual era: un hombre inmundo que habita en pueblo de labios inmundos (Is 6:5). La Palabra de Dios se tiene que cumplir cuando nos advierte que sin santidad nadie vera a Dios (Heb 12:14) y como todos pecamos y estamos destituidos de la Gloria de Dios (Rom 3:23) existe una separación irreconciliable entre Dios y nosotros que no se resuelve solo con buenas intenciones o frases armadas.


La frase planteada en realidad no es siquiera un texto bíblico, sino una malformación de la verdad, la escritura nos muestra que Dios no puede soportar el pecado ni tampoco a los que lo practican: Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; El malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos; Aborreces a todos los que hacen iniquidad (Salmos 5:4-5), verdad que es apoyada transversal a toda la Palabra de Dios.


¿Cómo podemos entonces, pecadores como nosotros acercarnos a este Dios Santo que por nuestro pecado, nos aborrece? La Biblia nos muestra que cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia (Rom 5:20) y esa gracia la alcanzamos sólo a través de Jesús y su obra en la cruz del calvario, Él es la respuesta definitiva de Dios al problema del hombre.


Dios si amó al mundo, pero no lo hizo solo haciendo a un lado su pecado sino como nos muestra Juan, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. La respuesta de Dios fue resolver el problema del pecado al enviar a un inocente a morir por nosotros, pecadores sin esperanza, y que podamos así llegar un día a la presencia de Dios y que ya no nos aborrezca, sino que nos ame, pues verá la imagen de su amado hijo en nosotros.

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