“Uno de los grandes enemigos del creyente es la autocomplacencia religiosa. El cristianismo ha caído a su presente estado bajo, debido a la falta de deseo espiritual. Entre los muchos que profesan la fe cristiana, apenas uno de cada mil revela algo de una sed apasionada por Dios”:
A. W. Tozer (The root of the righteous)
Las palabras del pastor Aiden Wilson Tozer son una precisa síntesis de lo que queremos tratar en este capítulo, puesto que, luego de haber trabajado en la reflexión del concepto de irreprensibilidad es necesario que vayamos directo al corazón de lo que considero es la consecuencia de la falta de comprensión de este llamado.
No cabe duda de la obra del Espíritu Santo en la Iglesia, y cuando decimos iglesia nos referimos a los creyentes. Ya que con el transcurso de los días, el Señor sigue añadiendo a los que ha de ser salvos (Hechos 2:47) y en todo el mundo vemos más y más creyentes llamados al evangelio a través de la predicación, regenerados a una nueva vida, justificados para con Dios el Padre, adoptados y finalmente conversos (arrepentidos de sus pecados y confiados en Cristo para salvación).
Todas estas acciones, son realizadas indiscutiblemente por el poder del Espíritu Santo y sin ayuda ni participación del hombre.
El avance de la obra del Espíritu Santo, sin embargo, parece en estado de pausa desde la conversión a la espera de la glorificación, puesto que no pocos cristianos, desconocen su papel en la actividad santificadora del Espíritu y más bien descansan erradamente en que Él producirá en nosotros “tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Fil 2:13) en el avance de una vida que se conforme cada día más a la imagen de Cristo. Esto es la autocomplacencia, pensar que mi actual estado es el correcto, que no hay mucho que arreglar y que no es necesario esfuerzo alguno porque “Dios conoce mi corazón” o porque, “mi relación con él es personal y él me comprende”.
Si lo piensas con detención, encontrarás tres tipos de personas en tu grupo de jóvenes:
Los que consideran que los cambios no dependen de un esfuerzo de ellos.
Los que desertan de la irreprensibilidad porque encuentran que es una tarea inalcanzable y difícil.
Los que desarrollan una irreprensibilidad basada en reglas y una lista de hacer y no hacer.
Los cristianos no creemos en la teoría de la evolución porque consideramos un absurdo que “todo” se haya conformado de la “nada”, es decir, pensar racionalmente que todo el universo y toda la precisión que de él conocemos se haya organizado de manera espontánea o por accidente, demanda más fe, que pensar en un creador, que ha pensado y ordenado todo con una idea y propósito definido. Pero el mismo pensamiento de la evolución es el que domina muchas mentes de cristianos, pensando, que haciendo nada podrán avanzar en la fe y el crecimiento de una vida transformada.
En cualquiera de los tres tipos de personas antes mencionadas, encontramos el germen de la autocomplacencia. En algunos, por la extraña idea de que no hace falta esfuerzo, ni sacrificio. En otros, porque se ven a sí mismos ante una tarea imposible y finalmente en algunos que piensan que cumpliendo un listado de reglas han logrado la tarea.
Para todos nosotros, la irreprensibilidad no debe ser algo desconocido, ni menos una tarea ausente de una muestra de amor sacrificial por Cristo, su Cruz y el evangelio.
La irreprensibilidad es el resultado del ejercicio consciente de perseverar en la santificación.
La Santificación, es la obra del Espíritu Santo con menos atención en nuestros tiempos, y no podrá ser vindicada a menos que vuelva a estar en las predicaciones de domingo, en las clases de escuela dominical y los estudios bíblicos de nuestros grupos de jóvenes.
Los creyentes deben volver a desear la participación en la Santificación, en respuesta amorosa a la bondad de Dios, entendiendo que es un ejercicio que afecta todos los ámbitos de nuestra vida, que es un proceso irregular (de altos y bajos) y que se completará con la muerte.
SANTIFICACIÓN: EL ESLABON PERDIDO
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.” (Romanos 6:11-14)
Es cómodo descansar en que todo lo hace Dios a través del Espíritu Santo, esa predicación es agradable al oído, es un buen motivador para hacerse cristianos, pero lamentablemente es engañosa tanto como la doctrina de la prosperidad, porque, aunque es verdad que toda la obra salvadora es un don de Dios “no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:9), también lo es, el hecho de que la biblia nos motiva a trabajar arduamente para que el pecado no se enseñoree de nosotros.
Aunque lo anterior es un hecho irrefutable según Romanos 6, Romanos 8:13, Romanos 12:1, Hebreos 12:14, 2 Pedro 1:15, Efesios 4:17, Colosenses 3:5 y muchos otros pasajes, nuestras iglesias siguen con un alto porcentaje de creyentes que descansan en su fe y en la obra salvadora de Dios a través del Espíritu Santo y no muestran cambios a lo largo de su vida cristiana. Este tipo de personas son las que argumentan cosas como “Dios me quiere como soy”, “No puedo cambiar mi mal humor” y se limitan a una vida sin esfuerzo, sin cambios y sin evidencia de la obra constante del Espíritu Santo.
En esto hay una confusión entre personalidad y carácter. Dios nos ha hecho con una personalidad que nos hace particulares o afín a otras personas, pero el carácter, es la parte de nuestro comportamiento que ha sido formado desde nuestra niñez y puede ser educado y disciplinado conscientemente.
Hablar de Santificación y sacrificio es una tarea difícil para un predicador y más para un cristiano que se decide llevarlo a la práctica, porque se asocia a restricciones y negaciones contrapuestas con la felicidad y disfrute del hombre; y aunque es claro que los deseos del espíritu son contrapuestos a los de la carne (Gálatas 5:17), esto debería estar en segundo plano, si se considera todo el bien que Dios ha hecho en la vida de cada uno de los creyentes.
John Piper, en su libro “No desperdicies tu vida” enfatiza la necesidad de vivir una vida sacrificial, argumentando que en medio de este sacrificio es posible encontrar la felicidad, porque cada vez que un cristiano inicia su búsqueda de satisfacerse en Dios (Salmo 84:2), estará glorificando Dios y al ser Dios glorificado en nosotros, entonces logramos un círculo virtuoso de plenitud, donde ya no vivimos para nosotros, sino para Cristo.
Ahora bien, es difícil para un cristiano común avanzar hacia una vida de excelencia moral y espiritual que día a día sea conformada a la imagen de Cristo. Esto puede deberse a que la
gente no está de acuerdo con la Santidad cuando esta se acerca a sus vidas. Observemos el siguiente texto:
“Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo.” Hechos 7:54-58
La experiencia de esteban nos muestra cuán lejos está el común de la gente de desear a Dios y como bien dice RC Sproul en su libro - La Santidad de Dios – “La gente apreciaba la excelencia moral, siempre y cuando estuviese lejos, a una distancia segura de ellos.
Los judíos honraban a los profetas a la distancia. El mundo, honra a Cristo a la distancia. Algo similar sucedió con Pedro, él quería estar cerca del maestro, hasta que Él se le puso cerca, entonces él exclamó: apártate de mí”.
Avanzar sanamente en el proceso de la Santificación, debe estar acompañado de un correcto atendimiento de quién es Dios y de lo que Él espera de cada creyente. Lucas 10:27 es revelador acerca de lo que Dios demanda:
“Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.”
RC Spropul dice que, si este es el gran mandamiento, entonces la gran transgresión es “No amar a Dios con todas las fuerzas, con todo el corazón y con toda la mente”, a modo de hacer un
balance entre las bondades de Dios y las demandas de Dios. De esta manera entonces comprendemos de mejor forma que Dios espera que la santificación sea una actividad que afecte cada ámbito de nuestra vida, visible o privada.
La santificación debe afectar entonces a nuestro intelecto e inteligencia, a fin de llevar “cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo” 2 Corintios 10:15. También debe influir en las emociones, redimiendo para Cristo, nuestro mal humor, enojo, calumnias y toda forma de malicia. (Efesios 4:31).
Del mismo modo, la regeneración debe afectar nuestra voluntad, siendo ahora Dios “quien produce el querer como el hacer” (Filipenses 2:13)
Los cristianos contemporáneos no deberían pasar por alto estos simples pero profundos puntos escriturales acerca de la Santificación, pues es concerniente a la Salvación como una actividad del Espíritu Santo necesaria y absolutamente indispensable en la vida del creyente.
Finalmente, no debemos perder de vista la necesidad de la Santificación como una actividad prioritaria para cada creyente. La iglesia no solo necesita conversos, sino personas con características que reflejen la imagen de su salvador y redentor.
La iglesia necesita con más y más apremio, ser sal y luz. Sal para preservar esta tierra y contener la obra degeneradora del pecado y luz para alumbrar el buen camino del evangelio. Los cristianos deben ser conscientes de que la Santificación tiene una participación personal que es apoyada por el poder del Espíritu Santo, y que, por lo tanto, afecta todos los ámbitos de nuestra vida a fin de producir una vida completamente diferente, llena de frutos y con un profundo deseo de agradar a Dios. La santificación, como una actividad del Espíritu Santo debe ser anunciada, predicada, y enseñada. No hay otra forma de luchar con la autocomplacencia y reemplazarla por irreprensibilidad.
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